En aquella banca ~

Algunos días en al tarde agotado después de mi trabajo, en mi departamento, dejaba las llaves y me iba al balcón, miraba Santiago, veía La Moneda a lo lejos, veía el Paseo Bulnes y más importante para mi corazón, veía a una niña que se sentaba en una banca a escribir.
Una pequeña niña, de ojos tristes y piel tostada, caminar arrítmico y pelo revuelto por el torbellino que provocaban las ideas saliendo de su cabeza al papel. Con más tiempo que hermosura, con demasiadas cosas a cuestas que quisiera haber eliminado para hacerla volar hasta mi ventana.
Horas pasaba observándola, hasta que bajaba a verla, a verla, a solo eso y alcanzar a leer su alma en su cuaderno, alcanzar a distinguir la punta del lápiz que se movía con gran velocidad. A cuidarla, darle agua si yo tenía sed y comida si yo tenía hambre, envolverla en mis brazos, resguardarla bajo mi polerón y calmarle el corazón alocado de tanto viajar a no sé donde en sus escritos.
Me sentaba detrás o pasaba a su lado o al frente de ella: Intentaba leer, pero no lograba mas que cazar algunas palabras de las que volaban; sobre amor, desamor, ira, libertad y momentos. Escribía a veces un párrafo, algunas líneas, unas páginas, dos, tres, cuatro…
¡Cómo quiero que deje de escribir y me deje leer su mundo de papel!, sus sentimientos hasta sus incoherencias, es la mejor forma de conocerla ¿no?
Pero bien, he decidido hacerle una carta, no carta si no una historia, un cuento, algo escrito. No soy tan bueno ni inspirador como lo es su figura adormecida en las tablas blancas que la sostienen sobre el suelo.
En estos momentos se da cuenta de lo que le he obsequiado, lo mira, lo abre cuidadosamente, con un cariño que llega en estos momentos hacia mi balcón, detiene la música de sus oídos por primera vez deja de lado el lápiz y el cuaderno, lo abre, por primera vez lee, ya no mueve más sus manos, sus ideas paran y sus latidos descansan, ahora lee, ahora soy yo quien la cautiva a ella, ahora seré para ella otra hoja de papel, pero como sé, no solo una cualquiera, otra de las especiales.
Retoma la escritura, le pone el punto final, saca la hoja rasgada de papel y lo dobla infinitas veces para mi, lo deja donde ha encontrado mi alma escrita en un pedazo de papel escondido por allí con anterioridad, lo toma y lo guarda en el bolsón que carga con tantas historias, aún desclasificadas para mi, censuradas para su madre y aún incómodas y memorables para ella.
Se para, mira el cielo, los verdes árboles y el verano seco del centro de ésta metrópolis y se va. El jazz de su reproductor vuelve a tocar sus oídos y su alma. Solo su silueta puedo reconocer a lo lejos, ya la noche está llegando al horizonte y la tetera me llama para servirme el café que llevo postergando toda la tarde.

Continuará… (?)
Fecha original 12/11/09