Con la plena inconciencia en su mente se asomó a la realidad el efecto social, del que no sabemos si es más que una locura inventada por el sentimiento de culpa y necesidad de justificación o más bien algo normal entre todos los mortales que somos en este plantea, en este país, en esta bizarra ciudad.
Fue atacada por los ojos penetrantes de su donador. Fue el quien le entregó un último suspiro antes de la muerte. Quien posó sus labios en los de ella y le pidió que no lo dejara solo, porque, como lo había dicho tantas veces, no podría vivir sin ella. Y no solo son palabras bonitas, es que realmente era un desgraciado y dependiente parásito de su amor. Había vivido a costas de su ternura la vida entera y ya debía dejarla partir. No quería, no lo deseaba, solo quería correr y llorar...
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